viernes, 29 de abril de 2016

COMENTARIO DE UNA OBRA DE ARTE: EL LAOCONTE Y SUS HIJOS

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 http://www.giovanniriccinovara.com/index.php/galeries/sculpture/laoco_n


Nos encontramos ante una escultura de estilo griego, perteneciente al período helénico (s. IV – I a.C.), concretamente a la Escuela de Rodas. El título de esta obra es “Laocoonte y sus hijos”, de los autores Polidoro, Agesandro y Atenodoro.

Se representa al sacerdote troyano Laocoonte (figura central y de mayor tamaño), que es castigado por los dioses a morir junto a sus hijos devorados por dos serpientes marinas. Está tallada en mármol, aunque el original fue fundido en bronce.


La temática de esta obra es mitológica. Representa la cólera de los dioses y los castigos crueles que éstos pueden poner a los pobres mortales. Simboliza el enfrentamiento entre las fuerzas poderosas de los incomprensible y la impotencia humana. En este caso, el sacerdote troyano de Apolo, es castigado por exhortar a sus compatriotas a no aceptar el caballo de Troya como regalo de los griegos; los dioses al ver frustrados sus planes de destruir Troya, enviaron dos gigantescas serpientes de mar para que se apoderaran del sacerdote y de sus dos desafortunados hijos y los estrujaran entre sus anillos. En el rostro de Laocoonte se puede apreciar el dolor, no sólo físico, sino el moral al verse impotente y no poder hacer nada por sus inocentes hijos.   

 Esta obra tiene una clara funcionalidad propagandística: en el mundo helenístico las obras se hacían por encargo de personajes poderosos: monarcas, generales, etc. También tiene una funcionalidad religiosa: ver los castigos que se podían recibir cuando los mortales desobedecían o enojaban a los dioses.


Esa expresividad se aprecia en los rostros y en los gestos, que reflejan el miedo y el dolor, pero lo gestual y emotivo no sólo está en los rostros, sino en los cuerpos en movimiento, en el dinamismo de la composición, en el ritmo marcado por brazos, piernas y serpientes. 

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 La composición, más que piramidal, se puede considerar triangular. Las figuras laterales, los hijos de Laocoonte, se abren en forma de ángulos rompiendo la verticalidad. Por lo tanto, nos encontramos ante un gran desequilibrio compositivo. El movimiento forzado y la tensión del conjunto se acentúan por la disposición de las serpietnes que, con sus anillos de formas sinuosas con curvas y contracurvas a la vez cierran y abren el conjunto.  

 El cuerpo desnudo de Laocoonte es un perfecto estudio anatómico, se trata de la anatomía de un atleta ya maduro, casi decadente, pero con una musculatura hiperdesarrollada (muy propio del helenismo), que contrasta con los cuerpos menos expresivos y más clásicos de sus dos hijos.

 En estas figuras, era bastante usual utilizar la policromía en las piezas de mármol. La intención era resaltar algunos elementos como el cabello, por ejemplo. En cambio, en las figuras en bronce, se utiliza pasta vítrea para los ojos y finas láminas de plata sonrosada para los labios.
 

Esta obra tendrá una gran trascendencia en la historia del arte. Se ocultó en Roma y se descubrió en el siglo XVI, causando un gran impacto. Miguel Ángel quedaría impresionado e influirá en su obra, así como en el manierismo. También El Greco se sentiría atraído e influiría en su pintura. Incluso la iglesia adoptó el rostro de Laocoonte como prototipo del mártir cristiano por la expresión del dolor.




El mito y la Estatua
La muerte de laocoonte fue narrada por varios autores griegos y romanos. De entre todos destaca el relato de Virgilio, por su dramatismo visual y por ser un episodio que simboliza la caída de troya que permitirá la fuga de eneas y la fundación de roma. el propio eneas cuenta a Dido la estremecedora escena: «Dos grandes serpientes surcan al mar; elevan sus pechos entre las olas y asoman en el agua crestas de sangre. certeras, avanzan contra laocoonte; primero, se enroscan en los tiernos cuerpos infantiles y, a dentelladas, devoran sus pobres miembros; se abalanzan después sobre aquel, que acudía a socorrerles, y aprisionan su cuerpo en monstruosos anillos; en dos vueltas lo agarran, rodeando el cuello con sus cuerpos de escamas y sacando por encima la cabeza y las altas cervices. Él pugna por desatar los nudos con las manos, con las vendas manchadas de sangre seca y negro veneno, mientras lanza al cielo sus gritos horrendos». Eneida, 29 a. c. 


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