Querefonte —narra Sócrates, Apol., 21— habiendo ido una vez a Delfos,
tuvo la osadía de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que
yo. Y la Pitia le contestó: «Nadie». Al oir esto yo pensé: ¿Qué quiere
decir el Dios?, ¿qué es lo que esconde en sus palabras?, pues tengo la
certeza de no ser sabio, ni mucho menos. Entonces, ¿qué quiere decir
cuando afirma que soy el más sabio entre los hombres? Y largo tiempo
estuve pensando qué era lo que quería decir. Después me puse a indagar.
Interpelé a uno de los que pasan por sabios y me dije: ahora voy a
desmentir el vaticinio y a mostrar al oráculo que éste es más sabio que
yo, aunque él haya dicho que yo lo soy. Pero, al examinarlo, he aquí lo
que me ocurrió... Al conversar con él descubría que parecía sí sabio a
muchos y sobre todo a sí mismo, pero que no lo era, e intenté
demostrarle: «Tú crees ser sabio y no lo eres...» Al irme pensé: en
verdad soy más sabio que él pues nadie entre nosotros sabe nada bello y
bueno, pero él cree saber y no sabe; yo no sé, pero tampoco creo saber. Y
por esta pequeñez parece que soy más sabio: porque no creo saber lo que
no sé.