«Entonces, cuando afirmamos que el placer es el fin [telos],
no nos referimos a los placeres de los disolutos ni a los que se dan en las
juergas, como algunos por ignorancia creen o porque no están de acuerdo o
interpretan mal, sino a la ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el
alma. Pues ni banquetes ni francachelas continuas, ni juergas con muchachos y
mujeres, ni el pescado ni todo cuanto puede ofrecer una suntuosa mesa, es lo
que hace dulce la vida, sino el cálculo juicioso que investiga los motivos de
cada elección o rechazo y elimina las opiniones por las cuales una fuerte
agitación se apodera de las almas. Principio de esto y el bien más grande es la
prudencia [phrónesis]. Consecuentemente, algo más apreciable incluso que la
filosofía es la prudencia, de la que nacen todas las demás virtudes: nos enseña
que no es posible una vida feliz sin ser prudente, bella y justa, ni tampoco
prudente bella y justa sin ser feliz». (Carta a Meneceo)DE, Vere Gordon, Qué
sucedió en la historia, Barcelona, Crítica, 2002, pág. 220.
«Estimamos la autarquía como un gran bien, no para que
debamos vivir siempre con lo poco, sino porque caso de no tener lo mucho, nos
contentemos con lo poco, absolutamente convencidos de que disfrutan de la
abundancia con más placer quienes tienen menos necesidad de ella, y de que lo
natural siempre es más fácil de conseguir y difícil lo superfluo. Los gustos
frugales aportan un placer semejante a una fastuosa dieta, una vez se ha
eliminado el dolor que produce la carencia: pan y agua producen el mayor placer
si se llevan a la boca cuando hay necesidad. Entonces, habituarse a un régimen
sencillo y sobrio proporciona la salud perfecta, hace resoluto al hombre en las
ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando de tanto en tanto
nos acercamos a los lujos y nos torna impávidos ante el azar». (Carta a
Meneceo)
No pretendas que las cosas ocurran como tú deseas, sino
desea que ocurran tal como se producen, y serás siempre feliz.
El hombre de bien somete su voluntad al que gobierna el
universo, como los buenos ciudadanos lo hacen a la ley de su ciudad. (...)
Desear que se produzca lo que me place, puede no sólo no ser bello, sino ser lo
más horrendo que hay. (...) Instruirse consiste precisamente en querer que cada
cosa suceda como sucede. ¿Y cómo sucede? Como lo ha mandado el Ordenador.
Mostradme un estoico, si tenéis alguno. (...) Mostradme un
hombre enfermo y feliz, en peligro y feliz, moribundo y feliz, exiliado y
feliz, despreciado y feliz. (...) Es un alma lo que uno de vosotros debe
mostrarme, un alma de hombre que quiera conformarse con el pensamiento de Dios,
no proferir quejas contra Dios o contra un hombre, no caer en falta en sus
empresas, no chocar con los obstáculos, no irritarse, no ceder a la envidia o
los celos, sino hacerse un Dios abandonando al hombre, y en este cuerpo mortal
querer la sociedad de Zeus.