La muerte de Sócrates, más allá de la cicuta
- La condena del tribunal por oponerse a la tiranía de Critias le obligó a tomar un vaso de veneno que terminó con su vida rodeado de los suyos. Pero ¿sólo ingirió un tipo de ponzoña?
La
muerte del gran filósofo griego Sócrates (470-399 a.C.), maestro de
Platón, sigue siendo hoy en parte un misterio. Nadie cuestiona que
pereció envenenado, tras tomar una copa de cicuta. Su condena a muerte
por un tribunal, acusado de corromper a la juventud, pese a que su más
grave delito fuese oponer resistencia a la tiranía de Critias sobre
Atenas, la ejecutó el reo de su propia mano.
Acompañado en el momento de su muerte por sus amigos y discípulos predilectos, con las dos señaladas ausencias de Platón, enfermo, y de Jenofonte, que viajaba por Asia Menor, su vida se apagó como una vela tras ingerir el mortal veneno con una pasmosa serenidad mientras disertaba sobre la inmortalidad del alma.
Sin miramientos
El fragmento final del diálogo platónico «Fedón» es ya de por sí elocuente: «Ya comprendo –dijo Sócrates–; pero, al menos, estará permitido, como es en realidad un deber, hacer oraciones a los dioses a fin de que bendigan nuestro viaje y lo hagan feliz. Esto es lo que les pido. ¡Así sea! Después de haber dicho esto, se llevó la copa a los labios y la bebió sin el menor gesto de dificultad ni repugnancia, apurándola. Hasta entonces casi todos habíamos tenido fuerzas para retener las lágrimas, pero al verle beber y después de que hubo bebido, ni pudimos ya dominarnos».
Es obvio que Platón compuso este diálogo respaldado por los testimonios de testigos presenciales, razón por la cual ninguno de los historiadores posteriores, desde Diógenes Laercio, hasta Tertuliano o San Juan Crisóstomo, dudaron de que el veneno administrado fuese la cicuta.
Traigo a colación ahora a mi amigo el doctor Roberto Pelta, gran experto en venenos, como el lector ya sabe. Nadie mejor que él ha explicado cómo la cicuta se empleó por primera vez en Egipto para ejecutar a los reos, e incluso en Etiopía, para provocar la muerte de algunos reyes. Tanto su variedad mayor o gran cicuta, como la de agua, eran y son plantas muy venenosas; en especial la raíz, la cual libera, si se corta, un zumo lechoso.
La muerte por cicuta es abominable. En una primera fase, provocada la excitación del sistema nervioso central, surgen temblores, parestesias, neuralgias, delirio, alucinaciones y hasta convulsiones. A continuación, se desarrolla una parálisis progresiva que alcanza los músculos respiratorios hasta producir asfixia en pocas horas, sin que el nivel de conciencia se deteriore lo más mínimo. Por increíble que parezca, el final es dulce y sereno.
Llama la atención, y es aquí donde surgen las grandes incertidumbres, que en la descripción legada por Platón a la posteridad no se especifiquen los violentos síntomas del envenenamiento por la cicuta. Además, al referirse a ella, el filósofo emplea el término «farmakon», que en griego significa lo mismo veneno que remedio. No en vano, como señala el doctor Pelta, los egipcios y griegos utilizaron cicuta pulverizada y mezclada con grasas animales para aplicarla en heridas e intervenciones quirúrgicas. Advirtamos que, en griego, siempre que alguien aludía a la cicuta escribía «koncion». Tal es el caso de Plutarco, al relatar la muerte de Focio; o de Hipócrates y Galeno. ¿Por qué entonces Platón usó la palabra «farmakon»? Surgieron así las primeras sospechas en el siglo XVIII, cuando la historia y la ciencia adquirieron un agudo sentido crítico, de que la muerte de Sócrates pudo provocarla un veneno compuesto por una mezcla de cicuta y opio.
Tesis modernas
El eminente médico y químico mallorquín Mateo Orfila (1787-1853) escribió a este propósito: «Los accidentes determinados por la acción de la cicuta están tan poco de acuerdo con lo que han hablado los antiguos, y sobre todo los griegos, que hoy se cree generalmente que sólo hay una simple analogía de nombre entre la cicuta actual del norte de Europa y la que los atenienses empleaban para la ejecución de los condenados a muerte». El doctor Pelta se abona hoy a esa tesis: «Probablemente en el caso de Sócrates se combinó la cicuta con opio, para que no fuera consciente de su situación hasta el final, puesto que la cicuta no afecta al cerebro», puntualiza.
Sócrates, según Platón, pereció así después de percibir en un primer momento pesadez en las piernas, acostándose a continuación para que el veneno surtiese el efecto esperado, mientras todos sus miembros se enfriaban y perdían sensibilidad en el umbral mismo de la muerte. El general griego Foción tomó la cicuta también sin inmutarse, mezclada en su caso con zumo de adormideras para que su final fuese más dulce. Cuestión de gustos.
Acompañado en el momento de su muerte por sus amigos y discípulos predilectos, con las dos señaladas ausencias de Platón, enfermo, y de Jenofonte, que viajaba por Asia Menor, su vida se apagó como una vela tras ingerir el mortal veneno con una pasmosa serenidad mientras disertaba sobre la inmortalidad del alma.
Sin miramientos
El fragmento final del diálogo platónico «Fedón» es ya de por sí elocuente: «Ya comprendo –dijo Sócrates–; pero, al menos, estará permitido, como es en realidad un deber, hacer oraciones a los dioses a fin de que bendigan nuestro viaje y lo hagan feliz. Esto es lo que les pido. ¡Así sea! Después de haber dicho esto, se llevó la copa a los labios y la bebió sin el menor gesto de dificultad ni repugnancia, apurándola. Hasta entonces casi todos habíamos tenido fuerzas para retener las lágrimas, pero al verle beber y después de que hubo bebido, ni pudimos ya dominarnos».
Es obvio que Platón compuso este diálogo respaldado por los testimonios de testigos presenciales, razón por la cual ninguno de los historiadores posteriores, desde Diógenes Laercio, hasta Tertuliano o San Juan Crisóstomo, dudaron de que el veneno administrado fuese la cicuta.
Traigo a colación ahora a mi amigo el doctor Roberto Pelta, gran experto en venenos, como el lector ya sabe. Nadie mejor que él ha explicado cómo la cicuta se empleó por primera vez en Egipto para ejecutar a los reos, e incluso en Etiopía, para provocar la muerte de algunos reyes. Tanto su variedad mayor o gran cicuta, como la de agua, eran y son plantas muy venenosas; en especial la raíz, la cual libera, si se corta, un zumo lechoso.
La muerte por cicuta es abominable. En una primera fase, provocada la excitación del sistema nervioso central, surgen temblores, parestesias, neuralgias, delirio, alucinaciones y hasta convulsiones. A continuación, se desarrolla una parálisis progresiva que alcanza los músculos respiratorios hasta producir asfixia en pocas horas, sin que el nivel de conciencia se deteriore lo más mínimo. Por increíble que parezca, el final es dulce y sereno.
Llama la atención, y es aquí donde surgen las grandes incertidumbres, que en la descripción legada por Platón a la posteridad no se especifiquen los violentos síntomas del envenenamiento por la cicuta. Además, al referirse a ella, el filósofo emplea el término «farmakon», que en griego significa lo mismo veneno que remedio. No en vano, como señala el doctor Pelta, los egipcios y griegos utilizaron cicuta pulverizada y mezclada con grasas animales para aplicarla en heridas e intervenciones quirúrgicas. Advirtamos que, en griego, siempre que alguien aludía a la cicuta escribía «koncion». Tal es el caso de Plutarco, al relatar la muerte de Focio; o de Hipócrates y Galeno. ¿Por qué entonces Platón usó la palabra «farmakon»? Surgieron así las primeras sospechas en el siglo XVIII, cuando la historia y la ciencia adquirieron un agudo sentido crítico, de que la muerte de Sócrates pudo provocarla un veneno compuesto por una mezcla de cicuta y opio.
Tesis modernas
El eminente médico y químico mallorquín Mateo Orfila (1787-1853) escribió a este propósito: «Los accidentes determinados por la acción de la cicuta están tan poco de acuerdo con lo que han hablado los antiguos, y sobre todo los griegos, que hoy se cree generalmente que sólo hay una simple analogía de nombre entre la cicuta actual del norte de Europa y la que los atenienses empleaban para la ejecución de los condenados a muerte». El doctor Pelta se abona hoy a esa tesis: «Probablemente en el caso de Sócrates se combinó la cicuta con opio, para que no fuera consciente de su situación hasta el final, puesto que la cicuta no afecta al cerebro», puntualiza.
Sócrates, según Platón, pereció así después de percibir en un primer momento pesadez en las piernas, acostándose a continuación para que el veneno surtiese el efecto esperado, mientras todos sus miembros se enfriaban y perdían sensibilidad en el umbral mismo de la muerte. El general griego Foción tomó la cicuta también sin inmutarse, mezclada en su caso con zumo de adormideras para que su final fuese más dulce. Cuestión de gustos.