lunes, 25 de abril de 2016

CÓMO ERA EPICURO

EPICURO Y LA FELICIDAD COMO PLACER

Los hedonistas consideran que la felicidad nace de la búsqueda del placer y la evitación del dolor (en un sentido amplio: el malestar). Sin embargo no es cierto que se trate de una postura que niega el malestar y que abraza TODO el placer. Consideran que la inteligencia es la que permite al hombre hacer un balance de placeres y malestares y que uno puede muchas veces renunciar a un placer o aceptar un malestar si se persigue un placer mayor distinto. La diferencia fundamental de este pensamiento respecto al aristotélico es que no contemplan un “fin último” de la actividad humana equiparando más al hombre con el resto de los animales.
Epicuro nació en la isla de Samos, hijo del ateniense Neocles, uno de los colonos emigrantes que acogiéndose a una ayuda estatal, se había establecido en la isla en el 352, recibiendo un lote de tierras. Fue el segundo de cuatro hermanos, siendo su padre maestro en una pequeña escuela; parece probable que Epicuro le ayudara en sus trabajos. El oficio de maestro de primeras letras no era una profesión de prestigio y el satírico Timón se burlaba de este trazo familiar, aludiendo a Epicuro como "el hijo del maestro de escuela, el menos educado de los filósofos". Epicuro comenzó a estudiar filosofía tempranamente, siendo discípulo del platónico Pánfilo a los catorce años; de él aprendió las bases y postulados de un idealismo al que iba a oponerse a lo largo de toda su vida. A los dieciocho años fue a Atenas a cumplir el servicio militar, conociendo allí al popular comediógrafo Menandro. En sus primeros años en Atenas Epicuro vivió las repercusiones de las muertes de Alejandro Magno, Demóstenes, Aristóteles y Diógenes el Cínico, aunque no se conservan testimonios fehacientes de esta primera estancia ateniense del filósofo de Samos. Posteriormente, Epicuro residió diez años en Colofón, debido a motivos familiares. Allí pudo estudiar con el filósofo atomista Nausífanes, discípulo de Demócrito y del escéptico Pirrón. La influencia que ejerció Nausífanes en el pensamiento epicureísta es digna de tener en cuenta. Tras haber dirigido una primera y fugaz escuela en Mitilene, Epicuro regresó a Atenas en el 306 para fundar El Jardín. Pese a las vicisitudes políticas vividas por la ciudad ateniense, el Liceo y la Academia seguían siendo escuelas filosóficas de enorme prestigio, en las que se impartía una paideía del más alto nivel. Para impartir con independencia su doctrina, Epicuro compró una casa y, no lejos de ella un pequeño terreno, el "Jardín" ( kêpos ). Este jardín era más bien un huerto en el que, además de charlas y convivencias amistosas, se cultivaban también hortalizas para caso de necesidad. El espíritu intelectual de la escuela de Epicuro difería de los del Liceo y la Academia , más dedicados a la investigación científica y a la paideía cultural superior. El Jardín proporcionaba más bien un lugar para el retiro y la vida intelectual de un grupo de amigos, congregados en torno a la venerable figura del filósofo de Samos.
Los miembros del Jardín cultivaban la generosidad y la amistad recíprocas, celebrando festejos los días 20 de cada mes, en honor del nacimiento de su maestro. Las comidas en común y las celebraciones tenían lugar siempre según los principios de la escuela, es decir, con una gran moderación. A diferencia de la práctica totalidad de escuelas filosóficas, tanto antiguas como posteriores, en el Jardín se admitían toda clase de personas, independientemente de su sexo, condición o clase social: allí podían verse tanto mujeres como esclavos. Temista, la respetable esposa de Leonteo, compartía charlas y mesa con algún esclavo y con la popular Leonción, mujer de costumbres disipadas. Tanto las enseñanzas como la propia figura de Epicuro suponen un desafío a las grandes escuelas filosóficas existentes en la época, concretamente la Stoa , el Liceo y a la Academia. Escribió numerosas obras, unos trescientos rollos de papiro -según Diógenes Laercio- de los que únicamente nos han llegado algunos fragmentos. Entre ellos están las tres cartas enviadas a sus amigos, como la Carta a Meneceo , la Carta a Heródoto y la Carta a Pitocles . También gracias a Diógenes Laercio se conservan las Máximas Capitales , mientras que de su tratado Sobre la naturaleza sólo nos ha llegado una parte muy reducida, gracias a la biblioteca de Filodemo, en Herculano. En el siglo XIX se recuperaron las Sentencias Vaticanas . Al margen de las obras citadas circula otro texto, la Carta a Idomeneo , en la que se encuentra el testamento de Epicuro. La amabilidad acompañó a Epicuro hasta el lecho de muerte, pues en las últimas líneas del testamento leemos su petición a Idomeneo de que cuide a los hijos de su discípulo Metrodoro, muerto hacía siete años.