http://www.giovanniriccinovara.com/index.php/galeries/sculpture/laoco_n
Nos encontramos ante una escultura de estilo griego, perteneciente al período helénico (s. IV – I a.C.), concretamente a la Escuela de Rodas. El título de esta obra es “Laocoonte y sus hijos”, de los autores Polidoro, Agesandro y Atenodoro.
Se representa al sacerdote troyano Laocoonte (figura central y de mayor tamaño), que es castigado por los dioses a morir junto a sus hijos devorados por dos serpientes marinas. Está tallada en mármol, aunque el original fue fundido en bronce.
La temática de esta obra es mitológica. Representa la
cólera de los dioses y los castigos crueles que éstos pueden poner a los pobres
mortales. Simboliza el enfrentamiento entre las fuerzas poderosas de los
incomprensible y la impotencia humana. En este caso, el sacerdote troyano de
Apolo, es castigado por exhortar a sus compatriotas a no aceptar el caballo de
Troya como regalo de los griegos; los dioses al ver frustrados sus planes de
destruir Troya, enviaron dos gigantescas serpientes de mar para que se
apoderaran del sacerdote y de sus dos desafortunados hijos y los estrujaran
entre sus anillos. En el rostro de Laocoonte se puede apreciar el dolor, no
sólo físico, sino el moral al verse impotente y no poder hacer nada por sus
inocentes hijos.
Esta obra tiene
una clara funcionalidad propagandística: en el mundo helenístico las obras se
hacían por encargo de personajes poderosos: monarcas, generales, etc. También
tiene una funcionalidad religiosa: ver los castigos que se podían recibir
cuando los mortales desobedecían o enojaban a los dioses.
Esa expresividad se aprecia en los rostros y en los gestos, que reflejan el miedo y el dolor, pero lo gestual y emotivo no sólo está en los rostros, sino en los cuerpos en movimiento, en el dinamismo de la composición, en el ritmo marcado por brazos, piernas y serpientes.
La composición,
más que piramidal, se puede considerar triangular. Las figuras laterales, los
hijos de Laocoonte, se abren en forma de ángulos rompiendo la verticalidad. Por
lo tanto, nos encontramos ante un gran desequilibrio compositivo. El movimiento
forzado y la tensión del conjunto se acentúan por la disposición de las
serpietnes que, con sus anillos de formas sinuosas con curvas y contracurvas a
la vez cierran y abren el conjunto.
El cuerpo
desnudo de Laocoonte es un perfecto estudio anatómico, se trata de la anatomía
de un atleta ya maduro, casi decadente, pero con una musculatura
hiperdesarrollada (muy propio del helenismo), que contrasta con los cuerpos
menos expresivos y más clásicos de sus dos hijos.
En estas
figuras, era bastante usual utilizar la policromía en las piezas de mármol. La
intención era resaltar algunos elementos como el cabello, por ejemplo. En
cambio, en las figuras en bronce, se utiliza pasta vítrea para los ojos y finas
láminas de plata sonrosada para los labios.
Esta obra tendrá una gran trascendencia en la historia
del arte. Se ocultó en Roma y se descubrió en el siglo XVI, causando un gran
impacto. Miguel Ángel quedaría impresionado e influirá en su obra, así como en
el manierismo. También El Greco se sentiría atraído e influiría en su pintura.
Incluso la iglesia adoptó el rostro de Laocoonte como prototipo del mártir
cristiano por la expresión del dolor.
El mito y la Estatua
La muerte de laocoonte fue narrada por
varios autores griegos y romanos. De entre todos destaca el relato de Virgilio,
por su dramatismo visual y por ser un episodio que simboliza la caída de troya
que permitirá la fuga de eneas y la fundación de roma. el propio eneas cuenta a
Dido la estremecedora escena: «Dos grandes serpientes surcan al mar; elevan sus
pechos entre las olas y asoman en el agua crestas de sangre. certeras, avanzan
contra laocoonte; primero, se enroscan en los tiernos cuerpos infantiles y, a
dentelladas, devoran sus pobres miembros; se abalanzan después sobre aquel, que
acudía a socorrerles, y aprisionan su cuerpo en monstruosos anillos; en dos
vueltas lo agarran, rodeando el cuello con sus cuerpos de escamas y sacando por
encima la cabeza y las altas cervices. Él pugna por desatar los nudos con las
manos, con las vendas manchadas de sangre seca y negro veneno, mientras lanza
al cielo sus gritos horrendos». Eneida,
29 a. c.