sábado, 7 de noviembre de 2015

LAS GUERRAS MÉDICAS

Darío I, rey de los persas
En el siglo V a.C., las principales ciudades-Estado griegas tuvieron que unir sus fuerzas para impedir la destrucción del mundo helénico. La lucha a vida o muerte contra el Imperio persa de los Aqueménidas llevó el caos y la destrucción al corazón de Grecia.

A mediados del siglo VI a.C., la pacífica evolución de las polis griegas quedó bruscamente interrumpida con la aparición de una nueva potencia militar: el Imperio de los Aqueménidas. Fundado por Ciro II, el reino formado por la unión de los medos y los persas consiguió en unas pocas décadas hacerse con el control de todo el Oriente Próximo, incluidas las ciudades y colonias griegas de Asia Menor y, de la mano de Darío I El Grande, acabó convirtiéndose en una amenaza para la Grecia continental.
Siguiendo el ejemplo de los reyes lidios, que nunca oprimieron a las ciudades jonias y evitando perturbar su fecundo influjo, Darío I  se mostró en un principio tolerante con las colonias griegas de Asia Menor. El apoyo de los persas al comercio fenicio puso freno a su desarrollo económico y, por ese motivo, los jonios terminaron sublevándose contra los persas.
Según Heródoto, todo comenzó en 500 a.C., cuando Aristágoras, tirano de Mileto, hizo un llamamiento a las ciudades griegas de Asia para que se alzaran contra la dominación persa. Aristágoras pidió también ayuda a los griegos de la metrópoli. Sólo Atenas, que envió una flota de 20 barcos, y Eretria, que aportó otros cinco, apoyaron a los insurrectos. La coalición griega se dirigió a Sares, capital de la satrapía persa de Lidia, y la redujo a cenizas. Consternado, el emperador persa Darío I ordenó a sus tropas perseguir a los rebeldes, siendo aniquilados en Éfeso. En el mar, por su parte, los griegos tomaron la iniciativa destruyendo a la flota fenicia aliada de los persas, pero fueron derrotados definitivamente en la batalla naval de Lade.
Tras el fracaso de la rebelión jonia, los persas reconquistaron una por una todas las ciudades rebeldes y, tras varios años de asedio, arrasaron con Mileto, capital de la rebelión. Como castigo a su osadía, los habitantes de la ciudad fueron deportados a Mesopotamia. De esta forma, la soberanía aqueménida volvía a restablecerse en la costa de Asia Menor.
Tras imponer su poder en Tracia y Macedonia, dos regiones de gran importancia estratégica para el control del mar Egeo, Darío I decidió devolver el golpe a las polis que habían apoyado a los rebeldes jonios y, para eso, organizó una expedición de gran envergadura con el principal objetivo de conquistar Atenas.
Imperio persa en el siglo V a.C.
La venganza de Darío I
Lejos de crear un frente común ante la amenaza persa, las polis se habían dividido entre partidarios y detractores de Persia. Incluso en Atenas, la lucha política provocó que, a principios del siglo V a.C., existieran grupos proclives a pactar una alianza con Darío I.
Temístocles, elegido arconte en 493 a.C., fue el primero en advertir del peligro que corría Atenas en el caso de producirse un ataque persa. Pero su idea de armar una gran flota y reforzar las defensas de la ciudad fue rechazada por los nobles conservadores. La inestabilidad política de Atenas y otras ciudades era bien conocida por Darío I y contaba con el apoyo de sectores griegos una vez que desembarcaran en territorio heleno.
Acrópolis de Atenas
Así 20 mil soldaodos persas se embarcaron en los puertos de Asia Menor dispuestos a conquistar Grecia. Entre ellos figuraba Hipias, último tirano ateniense que , tras su derrocamiento, encontró refugio en la corte persa. En el Egeo, la flota persa, dirigida por Artefernes, conquistó las islas Cícladas. Los soldados de Darío I desembarcaron en Eubea, destruyendo la polis de Eretria. Finalmente, los persas comandados por el general Datis, desembarcó en la costa oriental de Ática, en la llanura de Maratón, a 42 km de Atenas.
La ciudad se encontraba sola y en desigualdad frente al ataque persa. Esparta, líder de la Liga del Peloponeso, había prometido el envío de fuerzas, pero no llegaron a tiempo. Sólo Platea, aliada de Atenas, contribuyó con 1.000 hoplitas.
En la Asamblea ateniense, Milcíades, quien había regresado del exilio se había convertido en el líder de la oposición a Darío I. Explicó la imposibilidad de resistir un asedio prolongado y ordenó a las fuerzas atenienses a enfrentarse a los persas.
Tras dos largos días de espera, el general Datis dio la orden de reembarcar para atacar Atenas por mar. Milcíades, consumado estratega, formó entonces la falange y mandó el ataque frontal al enemigo. La poderosa caballería y los arqueros persas se habían visto sorprendidas y nada pudieron hacer contra los hoplitas; y tras un sangriento combate cuerpo a cuerpo, los atenienses lograron derrotar a los invasores persas.
Mapa de las Guerras Médicas
Embarcado con los restos de su ejército frente a las murallas de Atenas, el general medo observó con sorpresa el retorno de las tropas locales y la presencia de los refuerzos espartanos; y así, tras abandonar la idea del asalto por mar, el derrotado cuerpo expedicionario persa regresó a Asia.
Si la batalla de Maratón no supuso una solución definitiva al conflicto griego-persa, esta victoria sobre el ejército aqueménida sirvió de base a las reivindicaciones de Atenas relativas a la posición que le correspondía en el mundo griego.
Tras el fin de la Primera Guerra Médica, las luchas políticas regresaron a Atenas y, como consecuencia de éstas, una serie de destacadas personalidades, defensoras del antiguo régimen, tuvieron que abandonar la polis.

Tras ver desterrados a sus enemigos, Temístocles pudo realizar su programa naval. Los ciudadanos atenienses acomodados se unieron para financiar la armada. Con sus 180 barcos de guerra, Atenas superaba a las flotas conjuntas de Corinto y Egina y se convierte en la mayor potencia naval de la Hélade. Según Temístocles, el oráculo de Delfos había predicho que la victoria definitiva ante los persas llegaría por el dominio del mar.
En 481 a.C. los representantes de diversas polis, encabezadas por Atenas y Esparta, firmaron un pacto militar para organizarse ante un hipotético segundo ataque persa. En este supuesto, Esparta se encargaría de dirigir el ejército aliado. Hubo una tregua general en la Hélade y hasta los desterrados pudieron regresar a su patria.

La Segunda Guerra Médica

Tras la muerte de Darío I, subió al trono su hijo Jerjes. En los primeros años de su reinado, se ocupó de reprimir con dureza las revueltas que amenazaban con colapsar el Imperio -Egipto y Babilonia principalmente-. Una vez resuelta esta situación, retomó los planes que su padre había iniciado para intentar de nuevo la conquista de Grecia. La preparación de la invasión fue planificada cuidadosamente y, para permitir a su ejército y flota transitar rápidamente hacia Grecia, hizo tender puentes sobre el Helesponto y construir canales.
Batalla de las Termópilas (cuadro de David)
En junio de 480 a.C., el ejército aqueménida, comandado por el propio Jerjes, cruzó el Helesponto y seiguiendo la ruta costera se precipitó sobre la península. Las fuerzas griegas, conocedoras de su llegada, establecieron una línea de resistencia en el angosto paso de las Termópilas y, para impedir el ataque contra Ática, bloquearon con barcos el canal de Oreos. Tras cinco días de tensa espera, los persas lanzaron una ofensiva masiva contra las posiciones griegas en tierra. Sus primeros ataques resultaron infructuosos, pero gracias a una traición, consiguieron sorprender por la retaguardia a los griegos en el tercer día de batalla.
Temeroso de que la flota ateniense no pudiera escapar a tiempo del canal que hasta entonces protegía, Leónidas, rey de Esparta, ordenó la retirada de su ejército y, junto con 300 de sus guerreros, defendió hasta la muerte su posición en las Termópilas. Gracias a la heroica acción de Leónidas, la flota griega se salvó de su destrucción.
Los persas sufrieron graves pérdidas pero alcanzaron su objetivo: abrir las puertas de Grecia central. Bajo el mando del general Mardonio, el ejército aqueménida avanzó hacia el sur, arrasando a su paso con ciudades y templos y matando a toda la población que encontraban. Finalmente, Mardonio entró en Atenas, que había sido evacuada y ordenó incendiarla, en venganza por la destrucción de Sardes.
Valiéndose de una estratagema, Temístocles logró que los persas se decidiesen atacar a la flota griega en el golfo de Salamina. El estrecho donde aguardaban los atenienses resultó ser una trampa natural para la flota persa que, al no poder desplegarse, fue rodeada y destruida por las naves griegas. Jerjes, desde una colina, presenció impotente el desastre de su flota.
En la primavera del 479 a.C., Mardonio vuelve a la ofensiva en Ática y destruye nuevamente Atenas. Mientras tanto, Jerjes regresa a Asia. Las tropas griegas se reagruparon y, dirigidas por Pausanias, rey de Esparta, lograron derrotar a las fuerzas persas en la batalla de Platea.
La derrota persa en Platea y el hundimiento de sus últimas naves en Micala, provocó una nueva insurrección en las ciudades griegas de Asia Menor, poniendo fin al sueño de Jerjes de destruir el mundo helénico. Atenas y Esparta, las dos grandes vencedoras en el conflicto, se convirtieron desde entonces en las grandes potencias militares de Occidente. El poder marítimo ateniense y el terrestre de los espartanos estaban condenados a enfrentarse. La guerra entre ambos no tardaría en estallar.

Fuente. Historia Universal. El mundo griego, Editorial Sol 90, Barcelona, 2004