Darío I, rey de los persas |
En el siglo V a.C., las principales ciudades-Estado griegas tuvieron
que unir sus fuerzas para impedir la destrucción del mundo helénico. La
lucha a vida o muerte contra el Imperio persa de los Aqueménidas llevó
el caos y la destrucción al corazón de Grecia.
A mediados del siglo VI a.C., la pacífica evolución de las polis griegas quedó bruscamente interrumpida con la aparición de una nueva potencia militar: el Imperio de los Aqueménidas. Fundado por Ciro II, el reino formado por la unión de los medos y los persas consiguió en unas pocas décadas hacerse con el control de todo el Oriente Próximo, incluidas las ciudades y colonias griegas de Asia Menor y, de la mano de Darío I El Grande, acabó convirtiéndose en una amenaza para la Grecia continental.
A mediados del siglo VI a.C., la pacífica evolución de las polis griegas quedó bruscamente interrumpida con la aparición de una nueva potencia militar: el Imperio de los Aqueménidas. Fundado por Ciro II, el reino formado por la unión de los medos y los persas consiguió en unas pocas décadas hacerse con el control de todo el Oriente Próximo, incluidas las ciudades y colonias griegas de Asia Menor y, de la mano de Darío I El Grande, acabó convirtiéndose en una amenaza para la Grecia continental.
Siguiendo el ejemplo de los reyes lidios, que nunca oprimieron a las
ciudades jonias y evitando perturbar su fecundo influjo, Darío I se
mostró en un principio tolerante con las colonias griegas de Asia Menor.
El apoyo de los persas al comercio fenicio puso freno a su desarrollo
económico y, por ese motivo, los jonios terminaron sublevándose contra
los persas.
Según Heródoto, todo comenzó en 500 a.C., cuando Aristágoras, tirano de
Mileto, hizo un llamamiento a las ciudades griegas de Asia para que se
alzaran contra la dominación persa. Aristágoras pidió también ayuda a
los griegos de la metrópoli. Sólo Atenas, que envió una flota de 20
barcos, y Eretria, que aportó otros cinco, apoyaron a los insurrectos.
La coalición griega se dirigió a Sares, capital de la satrapía persa de
Lidia, y la redujo a cenizas. Consternado, el emperador persa Darío I
ordenó a sus tropas perseguir a los rebeldes, siendo aniquilados en
Éfeso. En el mar, por su parte, los griegos tomaron la iniciativa
destruyendo a la flota fenicia aliada de los persas, pero fueron
derrotados definitivamente en la batalla naval de Lade.
Tras el fracaso de la rebelión jonia, los persas reconquistaron una por
una todas las ciudades rebeldes y, tras varios años de asedio, arrasaron
con Mileto, capital de la rebelión. Como castigo a su osadía, los
habitantes de la ciudad fueron deportados a Mesopotamia. De esta forma,
la soberanía aqueménida volvía a restablecerse en la costa de Asia
Menor.
Tras imponer su poder en Tracia y Macedonia, dos regiones de gran
importancia estratégica para el control del mar Egeo, Darío I decidió
devolver el golpe a las polis que habían apoyado a los rebeldes jonios
y, para eso, organizó una expedición de gran envergadura con el
principal objetivo de conquistar Atenas.
Imperio persa en el siglo V a.C. |
La venganza de Darío I
Lejos de crear un frente común ante la amenaza persa, las polis se
habían dividido entre partidarios y detractores de Persia. Incluso en
Atenas, la lucha política provocó que, a principios del siglo V a.C.,
existieran grupos proclives a pactar una alianza con Darío I.
Temístocles, elegido arconte en 493 a.C., fue el primero en advertir del
peligro que corría Atenas en el caso de producirse un ataque persa.
Pero su idea de armar una gran flota y reforzar las defensas de la
ciudad fue rechazada por los nobles conservadores. La inestabilidad
política de Atenas y otras ciudades era bien conocida por Darío I y
contaba con el apoyo de sectores griegos una vez que desembarcaran en
territorio heleno.
Acrópolis de Atenas |
Así 20 mil soldaodos persas se embarcaron en los puertos de Asia Menor
dispuestos a conquistar Grecia. Entre ellos figuraba Hipias, último
tirano ateniense que , tras su derrocamiento, encontró refugio en la
corte persa. En el Egeo, la flota persa, dirigida por Artefernes,
conquistó las islas Cícladas. Los soldados de Darío I desembarcaron en
Eubea, destruyendo la polis de Eretria. Finalmente, los persas
comandados por el general Datis, desembarcó en la costa oriental de
Ática, en la llanura de Maratón, a 42 km de Atenas.
La ciudad se encontraba sola y en desigualdad frente al ataque persa.
Esparta, líder de la Liga del Peloponeso, había prometido el envío de
fuerzas, pero no llegaron a tiempo. Sólo Platea, aliada de Atenas,
contribuyó con 1.000 hoplitas.
En la Asamblea ateniense, Milcíades, quien había regresado del exilio se
había convertido en el líder de la oposición a Darío I. Explicó la
imposibilidad de resistir un asedio prolongado y ordenó a las fuerzas
atenienses a enfrentarse a los persas.
Tras dos largos días de espera, el general Datis dio la orden de
reembarcar para atacar Atenas por mar. Milcíades, consumado estratega,
formó entonces la falange y mandó el ataque frontal al enemigo. La
poderosa caballería y los arqueros persas se habían visto sorprendidas y
nada pudieron hacer contra los hoplitas; y tras un sangriento combate
cuerpo a cuerpo, los atenienses lograron derrotar a los invasores
persas.
Mapa de las Guerras Médicas |
Embarcado con los restos de su ejército frente a las murallas de Atenas,
el general medo observó con sorpresa el retorno de las tropas locales y
la presencia de los refuerzos espartanos; y así, tras abandonar la idea
del asalto por mar, el derrotado cuerpo expedicionario persa regresó a
Asia.
Si la batalla de Maratón no supuso una solución definitiva al conflicto
griego-persa, esta victoria sobre el ejército aqueménida sirvió de base a
las reivindicaciones de Atenas relativas a la posición que le
correspondía en el mundo griego.
Tras el fin de la Primera Guerra Médica, las luchas políticas regresaron
a Atenas y, como consecuencia de éstas, una serie de destacadas
personalidades, defensoras del antiguo régimen, tuvieron que abandonar
la polis.
Tras ver desterrados a sus enemigos, Temístocles pudo realizar su programa naval. Los ciudadanos atenienses acomodados se unieron para financiar la armada. Con sus 180 barcos de guerra, Atenas superaba a las flotas conjuntas de Corinto y Egina y se convierte en la mayor potencia naval de la Hélade. Según Temístocles, el oráculo de Delfos había predicho que la victoria definitiva ante los persas llegaría por el dominio del mar.
En 481 a.C. los representantes de diversas polis, encabezadas por Atenas
y Esparta, firmaron un pacto militar para organizarse ante un
hipotético segundo ataque persa. En este supuesto, Esparta se encargaría
de dirigir el ejército aliado. Hubo una tregua general en la Hélade y
hasta los desterrados pudieron regresar a su patria.
La Segunda Guerra Médica
Tras la muerte de Darío I, subió al trono su hijo Jerjes. En los
primeros años de su reinado, se ocupó de reprimir con dureza las
revueltas que amenazaban con colapsar el Imperio -Egipto y Babilonia
principalmente-. Una vez resuelta esta situación, retomó los planes que
su padre había iniciado para intentar de nuevo la conquista de Grecia.
La preparación de la invasión fue planificada cuidadosamente y, para
permitir a su ejército y flota transitar rápidamente hacia Grecia, hizo
tender puentes sobre el Helesponto y construir canales.
Batalla de las Termópilas (cuadro de David) |
Temeroso de que la flota ateniense no pudiera escapar a tiempo del canal
que hasta entonces protegía, Leónidas, rey de Esparta, ordenó la
retirada de su ejército y, junto con 300 de sus guerreros, defendió
hasta la muerte su posición en las Termópilas. Gracias a la heroica
acción de Leónidas, la flota griega se salvó de su destrucción.
Valiéndose de una estratagema, Temístocles logró que los persas se
decidiesen atacar a la flota griega en el golfo de Salamina. El estrecho
donde aguardaban los atenienses resultó ser una trampa natural para la
flota persa que, al no poder desplegarse, fue rodeada y destruida por
las naves griegas. Jerjes, desde una colina, presenció impotente el
desastre de su flota.
En la primavera del 479 a.C., Mardonio vuelve a la ofensiva en Ática y
destruye nuevamente Atenas. Mientras tanto, Jerjes regresa a Asia. Las
tropas griegas se reagruparon y, dirigidas por Pausanias, rey de
Esparta, lograron derrotar a las fuerzas persas en la batalla de Platea.
La derrota persa en Platea y el hundimiento de sus últimas naves en
Micala, provocó una nueva insurrección en las ciudades griegas de Asia
Menor, poniendo fin al sueño de Jerjes de destruir el mundo helénico.
Atenas y Esparta, las dos grandes vencedoras en el conflicto, se
convirtieron desde entonces en las grandes potencias militares de
Occidente. El poder marítimo ateniense y el terrestre de los espartanos
estaban condenados a enfrentarse. La guerra entre ambos no tardaría en
estallar.
Fuente. Historia Universal. El mundo griego, Editorial Sol 90, Barcelona, 2004
Fuente. Historia Universal. El mundo griego, Editorial Sol 90, Barcelona, 2004