Acrópolis de Atenas |
Al mismo tiempo que las polis se constituían en la principal unidad política, social y económica de Grecia, también surgió en la zona del mar Egeo un sentimiento de conciencia nacional fomentado por la existencia de una lengua y de una religión comunes para todos los grecoparlantes. Los lazos culturales que unían a las diferentes comunidades griegas originaron la aparición de una identidad colectiva -Hélade-, palabra que los griegos utilizaban para describir todo aquello que los definía como nación y los distinguía de los pueblos extranjeros.
Pero la identidad racial e intelectual que exhibían orgullosamente los habitantes de las distintas ciudades griegas jamás se tradujo en la fundación de un Estado unificado. La rivalidad existente entre las diferentes polis y la convicción de que el reducido tamaño de estos Estados era el idóneo para practicar una política adecuada hizo que su independencia se mantuviera prácticamente inalterable durante siglos.
Moneda griega que representa un coche tirado por caballos |
En sus albores, las diferentes ciudades-Estado estuvieron dominadas por caudillos militares -los basileus-, que en muchos casos, también ejercieron la autoridad religiosa y judicial. A mediados del siglo VII a.C., sin embargo, el gobierno de tipo oligárquico se impuso progresivamente sobre el monárquico y, así, el poder político pasó a manos de asambleas formadas por representantes de las familias locales más ricas e influyentes -los eupátridas-.
Para hacer efectivo su poder, las asambleas elegían cada año a un determinado número de magistrados entre los eupátridas. Ellos eran los encargados de dirigir el ejército y llevar los asuntos religiosos, entre otras tareas de responsabilidad. En algunas ciudades-Estado, determinados cargos quedaron en manos de las antiguas casas reales, ya que éstas siguieron ocupando un lugar destacado entre la élite social.
Los miembros de la clase dirigente -que se referían a ellos mismos como "los mejores" (aristoi)- detentaban el poder económico además del político, monopolizando casi en exclusiva la posesión de la tierra. Debido al enorme costo que suponía comprar las armas y armaduras de metal necesarias para el combate, eran además los únicos que podían intervenir en las guerras. Por su parte, el pueblo gobernado -el demos- sólo participaba en la vida pública cuando era requerido por la asamblea aristocrática y, de esta manera, quedaba al margen de cualquier responsabilidad política.
El sistema aristocrático -literalmente "el gobierno de los mejores"-, desarrollado en las ciudades-Estado griegas, se legitimaba en la tradición y en la existencia de círculos de parentesco hereditarios. Todos los ciudadanos, ya fueran terratenientes o simples campesinos, quedaban integrados desde su nacimiento en diferentes tribus (phylé), divididas a su vez en comunidades formadas por los descendientes de un héroe o dios ancestral (fratías). Esta rígida estructura social, de carácter supralocal, permitió justificar durante décadas el predominio y capacidad de liderazgo de la aristocracia griega.
Con el paso del tiempo, sin embargo, diferentes factores confluyeron para desestabilizar el orden político y social existente. En primer lugar, la consolidación del comercio y de la artesanía como actividades generadoras de riqueza hicieron prosperar a ciudadanos que no pertenecían a las grandes familias y que, pese a su poder económico, carecían de derechos políticos. En segundo lugar, el progresivo empobrecimiento de los campesinos hizo que muchos de ellos acabaran convirtiéndose en esclavos al no poder pagar sus deudas, lo que provocó el incremento de la tensión social en el campo y el estallido de numerosas revueltas. Finalmente, la necesidad e reclutar continuamente soldados, junto con el desarrollo de una nueva estrategia de combate que requería de armamento menos costoso -la falange hoplita- forzó la incorporación de ciudadanos no aristócratas que, a cambio de su esfuerzo, acabaron pidiendo el reconocimiento de sus derechos políticos.
En este contexto, para resolver la crisis política y social que amenazaba con desembocar en una guerra civil, en algunas polis se tomó la decisión de dar respuesta a las exigencias reformistas de las clases inferiores y medias y se impulsaron medidas en favor de una mayor justicia social. Para redactar las nuevas leyes, las ciudades eligieron a magistrados extraordinarios que, dotados de poderes especiales, también se ocuparon de mediar en los múltiples conflictos existentes.
Ubicación de las polis griegas |
Los más importantes legisladores del mundo griego arcaico fueron el legendario Licurgo de Esparta -probablemente, del siglo VIII a.C.- y, sobretodo, Solón quien, a principios del siglo VI a.C., redactó una constitución para Atenas. En su gobierno, para zanjar el problema de las rebeliones, el magistrado decidió poner fin a las injusticias que sufrían los pequeños agricultores y suprimió los excesivos impuestos que soportaban, canceló sus hipotecas, abolió la esclavitud por deudas y devolvió la libertad a los campesinos que la habían perdido. Con el fin de igualar a los nuevos ricos con la antigua clase terrateniente, modificó las instituciones políticas de la ciudad y estableció nuevas leyes que debían ser cumplidas por todos los ciudadanos, independientemente de su origen y posición social. Solón, con su reforma, estableció las bases sobre las cuales surgiría la democracia en Atenas.
Pese a los intentos reformadores de los magistrados, o bien al margen de estos, los conflictos sociales y las luchas políticas pervivieron en muchas ciudades griegas, lo que entre los siglos VII y VI a.C. fue aprovechado por diversos personajes aislados, casi siempre aristócratas, para usurpar el poder y acabar con el gobierno de las oligarquías locales. La aparición de los tiranos -que significaba "señor neutral"- coincidió con el fin de la unidad de los grandes grupos aristocráticos que, en muchas polis, acabaron rivalizando y enfrentándose entre sí para conseguir la supremacía política.
Plato griego que representa una escena de comercio |
Los tiranos, en la mayor parte de los casos, llevaron a cabo políticas populares y en contra de la aristocracia tradicional, lo que les hizo ganarse el apoyo del pueblo. También impulsaron la construcción de suntuosos templos, edificios y todo tipo de obras públicas, lo que permitió dar trabajo a buena parte de la población y aliviar el problema del crecimiento demográfico.
Para fortalecer su popularidad y prestigio, recurrieron con frecuencia a la guerra contra los Estados rivales y organizaron fiestas religiosas en las que, a diferencia del pasado, se permitió participar a todos los ciudadanos griegos, sin distinción de clase o rango.
Éste fue el caso de Polícrates, tirano de Samos; de Eufrón de Sición; y de Fidón de Argos, el cual introdujo el sistema de pesas babilónico en Grecia -lo que permitió mejorar el comercio- y derrotó a los espartanos en la batalla de Hisias (699 a.C.). Otro tirano destacado fue Cipselo de Corinto, quien después de derrocar por la fuerza a los oligarcas de su ciudad (657 a.C.), confiscó sus propiedades y los desterró. A su muerte, fue sucedido por su hijo, Periandro, que redujo los impuestos y abolió la esclavitud. La familia de Cipselo gobernó Corinto durante 77 años.
El gobierno absolutista ejercido por los tiranos, generalmente aportó grandes beneficios a las ciudades y fomentó al creación y reforma de leyes para mejorar el sistema jurídico y la convivencia ciudadana. Muchas veces los tiranos se limitaron a sustituir a los magistrados por amigos o familiares, respetando escrupulosamente la constitución vigente.
Salvo contadas excepciones, la tiranía fue tan intensa como breve. Penetró en el vacío de poder que acababa de producirse; aprovechó el momento y fue finalmente eliminada, generalmente por medio de la violencia, cuando dejó de ser necesaria. Ni reformistas ni tiranos lograron poner fin a la crisis política y social existente, y la estructura del Estado en Grecia tuvo que seguir evolucionando.