jueves, 4 de febrero de 2016

LAOCOONTE Y SUS HIJO




        Laocoonte, sacerdote del templo de Neptuno situado en la ciudad de Troya, se esforzó baldíamente por convencer a sus compatriotas del engaño que suponía el caballo de madera. Y pese a que Neptuno más tarde favoreció a los troyanos, de las profundidades del mar salieron dos enormes serpientes que se enrollaron en los cuerpos de los dos hijos de Laocoonte y posteriormente en él mismo, hecho que provocó la incredulidad de las palabras del sacerdote cuyo presagio no había complacido a los dioses. La coincidencia entre el pasaje de la Eneida y la escultura de Laocoonte, obra, para algunos, del arte helenístico del siglo I a.C., ha hecho pensar a algunos investigadores que quizá Virgilio tuviera conocimiento de esta escultura y la tomara como punto de partida de su inspiración poética. Sea ello o no, las correspondencias entre el relato literario y el grupo escultórico son profundas y demuestran los paralelismos o influencias recíprocas entre ambas manifestaciones. Actino, Dionisio de Halicarnaso, Apolodoro, Servio, Higino, Macrobio, Petronio y Apolodoro de Rodas, entre otros, también han tratado en sus escritos aspectos del presente tema.


   "Laocoonte, a quien la suerte había designado como sacerdote de Neptuno, estaba sacrificando en el altar un enorme toro. He aquí que desde la isla de Ténedos, por las aguas tranquilas y profundas (yo lo recuerdo con horror) y dos serpientes de gigantescos anillos se extienden pesadamente por el mar y al mismo tiempo se dirigen hacia la orilla; y, erguidos sus pechos sobre las aguas, sus crestas color de sangre dominan las olas. E1 resto de sus cuerpos se desliza lentamente sobre la superficie de las aguas, y su enorme mole arrastraba sus pliegues tortuosos. Resuena el espumoso mar; ya tocan tierra y, los ardientes ojos inyectados en sangre y fuego, con sus vibrantes lenguas lamían sus fauces silbantes.
        Exangües ante lo que veíamos, huimos; pero ellas, con avance seguro, se dirigen a Laocoonte, y primero las serpientes se enroscan en los pequeños cuerpos de sus dos hijos y a mordiscos devoran los desdichados miembros; después, al ir el padre en su auxilio con las armas en la mano, le apresan y le estrujan con sus grandes nudos. Por dos veces enroscan su escamoso cuerpo alrededor de la cintura, dos veces también alrededor de su cuello, sobrándoles las cabezas y las colas. Él intenta arrancar los nudos con sus manos; sus vendas se ven empapadas de baba y de negro veneno y lanza al cielo horrendos gritos; iguales mugidos lanza el toro herido cuando abandona el altar y sacude de su cerviz el hacha mal clavada. Y las dos serpientes huyen deslizándose hacia los altos templos; ganan rápidamente el santuario de la Tritonia y se esconden bajo los pies de la diosa, debajo de la redonda cavidad del escudo".
P. Virgilio.- La Eneida.- En: Varios autores.
Fuentes y documentos para la Historia del Arte antiguo.
Ed. Gustavo Gili. Barcelona 1982. Págs. 156