domingo, 28 de febrero de 2016
jueves, 4 de febrero de 2016
LAOCOONTE Y SUS HIJO
Laocoonte,
sacerdote del templo de Neptuno situado en la ciudad de Troya, se esforzó
baldíamente por convencer a sus compatriotas del engaño que suponía el caballo
de madera. Y pese a que Neptuno más tarde favoreció a los troyanos, de las
profundidades del mar salieron dos enormes serpientes que se enrollaron en los
cuerpos de los dos hijos de Laocoonte y posteriormente en él mismo, hecho que
provocó la incredulidad de las palabras del sacerdote cuyo presagio no había
complacido a los dioses. La coincidencia entre el pasaje de la Eneida y la
escultura de Laocoonte, obra, para algunos, del arte helenístico del siglo I
a.C., ha hecho pensar a algunos investigadores que quizá Virgilio tuviera
conocimiento de esta escultura y la tomara como punto de partida de su
inspiración poética. Sea ello o no, las correspondencias entre el relato
literario y el grupo escultórico son profundas y demuestran los paralelismos o
influencias recíprocas entre ambas manifestaciones. Actino, Dionisio de
Halicarnaso, Apolodoro, Servio, Higino, Macrobio, Petronio y Apolodoro de
Rodas, entre otros, también han tratado en sus escritos aspectos del presente
tema.
"Laocoonte, a
quien la suerte había designado como sacerdote de Neptuno, estaba sacrificando
en el altar un enorme toro. He aquí que desde la isla de Ténedos, por las aguas
tranquilas y profundas (yo lo recuerdo con horror) y dos serpientes de
gigantescos anillos se extienden pesadamente por el mar y al mismo tiempo se
dirigen hacia la orilla; y, erguidos sus pechos sobre las aguas, sus crestas
color de sangre dominan las olas. E1 resto de sus cuerpos se desliza lentamente
sobre la superficie de las aguas, y su enorme mole arrastraba sus pliegues
tortuosos. Resuena el espumoso mar; ya tocan tierra y, los ardientes ojos
inyectados en sangre y fuego, con sus vibrantes lenguas lamían sus fauces
silbantes.
Exangües
ante lo que veíamos, huimos; pero ellas, con avance seguro, se dirigen a
Laocoonte, y primero las serpientes se enroscan en los pequeños cuerpos de sus
dos hijos y a mordiscos devoran los desdichados miembros; después, al ir el
padre en su auxilio con las armas en la mano, le apresan y le estrujan con sus
grandes nudos. Por dos veces enroscan su escamoso cuerpo alrededor de la cintura,
dos veces también alrededor de su cuello, sobrándoles las cabezas y las colas.
Él intenta arrancar los nudos con sus manos; sus vendas se ven empapadas de
baba y de negro veneno y lanza al cielo horrendos gritos; iguales mugidos lanza
el toro herido cuando abandona el altar y sacude de su cerviz el hacha mal
clavada. Y las dos serpientes huyen deslizándose hacia los altos templos; ganan
rápidamente el santuario de la Tritonia y se esconden bajo los pies de la
diosa, debajo de la redonda cavidad del escudo".
P.
Virgilio.- La Eneida.- En: Varios autores. Fuentes y documentos para la Historia del Arte antiguo.
Ed. Gustavo Gili. Barcelona 1982. Págs. 156
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