Muchas personas de todas las épocas han leído las obras de Homero y disfrutado
con las aventuras de sus héroes. Uno de estos apasionados lectores, el alemán
Schliemann, decidió dedicar toda su fortuna y sus energías a encontrar los restos
arqueológicos de los aqueos.
A los 14 años, Heinrich Schliemann trabajaba como aprendiz de una tienda. Allí oyó
recitar unos versos de Homero en griego, y desde entonces sintió una verdadera pasión
por las obras homéricas. Él estaba convencido de que relataban algunos hechos reales.
Aprendió griego, además de otros ocho idiomas, y conocía de memoria los versos de la
Ilíada.
Después de una brillante carrera como comerciante, a los 36 años había reunido una
fortuna inmensa y se dedicó por entero a buscar la antigua ciudad de Troya, cuyo asedio
se relata en la Ilíada.
En 1871 creyó haber localizado el lugar y comenzó a excavar en una colina cercana al
pueblo de Hiserlik, en la actual Turquía. Poco después encontró los restos de la antigua
ciudad y un enorme tesoro de oro, que él identificó con el tesoro de Príamo, el rey
troyano.
Unos años después buscó en Mecenas la tumba de Agamenón, el jefe de los aqueos, y
allí descubrió las tumbas reales.
Aunque sus métodos de trabajo no eran muy científicos y los restos que encontró no eran
los de los héroes homéricos, sus descubrimientos sacaron a la luz la civilización aquea,
hasta entonces completamente desconocida.
El relato de sus aventuras despertó en mucha gente la pasión por la arqueología, que
comenzó a ser considerada como una fuente de conocimiento, y no solo como un
búsqueda de tesoros.